El obispo Pérez Pueyo no puede estar calladito. Parece que la contención verbal no es una de sus virtudes episcopales. Mientras el delegado pontificio Arellano ha pedido expresamente que las partes guarden silencio hasta que se llegue a una solución final respecto a Torreciudad, él no puede evitar abrir la boca y soltar declaraciones. Es como si tuviera un tic verbal. Mientras todos intentan mantener la calma y respetar el proceso, él se dedica a lanzar sus discursos grandilocuentes, como si necesitara recordarnos a cada rato que sigue ahí, vigilante, iluminándonos con su sabiduría y prudencia episcopal.
Ahora resulta que, después de cuatro años de "silencio" y arduas negociaciones, nos viene a decir que Torreciudad necesita una "regularización canónica, jurídica y pastoral" (El Debate). ¡Qué perspicacia la suya, qué mente tan preclara! Al parecer, el hecho de que el santuario haya sido gestionado por el Opus Dei durante décadas sin mayores contratiempos es motivo suficiente para que él decida intervenir y poner orden.
Pero no contento con eso, nos suelta esta joya: "Ninguna institución, por numerosa, relevante o significativa que sea, puede usurpar la devoción popular de un pueblo" (El Debate). ¡Zas, en toda la boca al Opus, para que no se confíen! Ahora resulta que la prelatura, que ha sido el alma y motor de Torreciudad, está "usurpando" la devoción popular. Pero, curiosamente, cuando él se dedica a recuperar imágenes de la Virgen que estaban al culto en en la diócesis de Lérida para exhibirlas en su museo diocesano, entonces todo está perfecto. ¿O acaso ahí no hay "usurpación"? Tal vez el obispo olvida que fue precisamente el Opus Dei quien rescató y revitalizó este santuario, convirtiéndolo en un punto clave de peregrinación y atrayendo a miles de fieles cada año.
Y, por supuesto, no podía faltar la referencia a la "Iglesia sinodal" y la necesidad de "ir todos en la misma dirección" (El Debate). Claro, siempre y cuando esa dirección sea la que él dicta. Porque, al parecer, su visión, muy sinodal, es la única válida, y cualquier otra es una amenaza a la unidad y la devoción del pueblo.
Si realmente estuviera interesado en una solución pacífica y ordenada, haría lo que le han pedido: cerrar el pico y esperar. Pero no, su necesidad de protagonismo le supera. Al final, lo que queda claro es que no está tan tranquilo con todo este asunto. Si tuviera la certeza de que su postura es la correcta y que lo que se está negociando le favorece, ¿por qué hablar ahora? ¿Por qué no seguir la línea de prudencia que se ha pedido? Quizá porque en el fondo sabe que la jugada no le está saliendo como esperaba y necesita adelantarse con su narrativa para quedar como el "pastor prudente" que solo busca el bien del pueblo. Pero la realidad es otra: está poniendo nerviosa a la gente con su incontinencia verbal y dejando en evidencia que su posición no es tan fuerte como quiere hacernos creer.
Mientras el obispo se dedica a estas cruzadas personales, la diócesis de Barbastro-Monzón enfrenta problemas mucho más urgentes, como la alarmante disminución de sacerdotes. Pero, claro, es más fácil desviar la atención hacia el Opus Dei y Torreciudad que abordar los verdaderos desafíos pastorales que tiene en casa.
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